El nuevo emprendedor ya no quiere ser rico, solo feliz Frente al hastío que narcotiza a buena parte de los trabajadores, hay quien se decanta por lanzar su propio negocio, una apuesta arriesgada y que exige cierto desahogo económico.

Gran Dimisión, burnout, renuncia silenciosa… la semántica en torno al ámbito del empleo se ha nutrido en los últimos años de conceptos que reflejan una realidad social experimentada por buena parte de los trabajadores: el tedio laboral. Ante una situación de insatisfacción profesional, dejar el trabajo puede ser la opción más deseada, pero no la más viable, ya que se necesita un mullido colchón económico que amortigüe los efectos de una decisión de tal trascendencia. El desafío puede ser todavía mayor si se busca apostar por un proyecto propio, emprender un negocio y confiar en la visión de uno mismo.

Algo así es lo que hizo Esther Cid cuando, a la vuelta de su baja de maternidad en septiembre de 2019, y al ver las limitadas opciones que tenía de promocionarse en su puesto de trabajo, decidió dejarlo todo y seguir su instinto. “Reorientar tu carrera profesional no es fácil”, explica Cid, y asegura que cuando se decidió a emprender la situación no era la más favorable: “No fue sencillo decirlo en casa cuando estás en una posición estable con un contrato indefinido y tienes tu primer bebé de seis meses”. Las ganas sepultaron a las dudas y se lanzó con su propio proyecto, Tipscool, una plataforma que tiene como objetivo conectar a estudiantes con mentores que les orienten en su carrera profesional.

Una idea surgida del propio trabajo de Cid como psicóloga y profesora en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, donde comprobó que “el 85% de los estudiantes en segundo año de carrera que dejan sus estudios es porque nadie les ha guiado correctamente con un mentor o una mentora”. Y añade que ella “tenía clarísimo que esa necesidad existía en el mercado”. En unas jornadas de emprendimiento transcurridas a lo largo de un fin de semana, desarrolló la idea junto a varios socios. Su éxito fue tal que, en julio de 2022, se vendió la herramienta a una multinacional interesada en integrar el servicio: “El nombre es confidencial y tampoco puedo decir la cantidad de venta, pero no somos multimillonarios”, puntualiza.

Haciendo frente a esas estadísticas que apuntan al decrecimiento de empresas emergentes durante la crisis sanitaria, encontramos el proyecto de las hermanas Esther y María Fábrega Moyano, ambas abogadas de profesión. Fue en plena pandemia cuando Esther decidió emprender y relanzar Cashfana, una firma de moda iniciada en sus años de universidad y transformada ahora en una marca de joyería artesanal con piezas de cerámica pintadas a mano en Italia. “El 1 de marzo de 2020 dejé el derecho y me pasé al sector del turismo. Pero el turismo duró 15 días y nos pusieron en ERTE”, cuenta Fábrega.

Encerrada en casa y con todo el tiempo del mundo disponible, dio una nueva oportunidad a su proyecto universitario, algo que llevaba años sopesando. “Durante mi trabajo en el mundo del derecho siempre había pensado que necesitaba tiempo para pensar y relanzar el proyecto. El confinamiento y el ERTE me hicieron decidirme”. Desde su casa en la Costa Brava (Girona) lleva las riendas del negocio junto a su hermana María, un año mayor, residente en Los Ángeles (California) y quien también terminó abandonando su trabajo por Cashfana. “Uno de nuestros retos es lanzarnos a Estados Unidos”, afirma Esther. De momento, los números cuadran y asegura que la acogida “está superando las expectativas, desde que arrancó la marca, ha ido creciendo”. También ha ayudado a potenciar su visibilidad que la reina Letizia llevara uno de sus diseños en la inauguración de Arco, la feria de arte contemporáneo celebrada en Madrid el pasado febrero.

El reto de superar los tres años de vida

La conocida como Ley de start-up, en vigor desde el pasado enero, tiene como objetivo fomentar la creación de empresas emergentes, pero lo cierto es que el porcentaje de nuevos negocios que logra consolidarse es muy bajo. Muy pocos superan los tres años de vida, tiempo estimado para saber la viabilidad de un proyecto. El profesor Muñoz Bullón indica que “se puede tener información al respecto a partir del porcentaje de adultos que empezaron iniciativas emprendedoras y que han alcanzado más de tres años y medio de vida. Se trata de la tasa de actividad emprendedora consolidada, que, según datos del proyecto GEM en España para el año 2021, fue del 7,2% [un 6% entre las mujeres emprendedoras y un 8,3% entre los hombres emprendedores]”.

Este año, Pepina Pastel ha logrado superar esa barrera de los tres años. La compañía valenciana de postres, creada por Lara Guerrero en 2019, se ha hecho un hueco en su sector gracias a los dulces elaborados con las recetas de Pepa, madre de la fundadora. Guerrero confiaba ciegamente en el talento de su madre para la repostería y si bien reconoce que “la decisión no fue muy meditada”, estaba empeñada en emprender y descubrir al mundo el sabor de los postres que ella llevaba toda la vida probando en casa. Por ello, abandonó su negocio previo, una cafetería, y se centró íntegramente en Pepina Pastel.

“Vendí mi vehículo y con lo que me dieron compré una furgoneta refrigerada para ir repartiendo y contactando con hostelería para ofrecer nuestros postres. Al principio, nuestra estrategia era conseguir clientes de hostelería que quisieran tener en sus restaurantes postres de Pepina”, recuerda Guerrero. El cierre de los restaurantes en la crisis del coronavirus les obligó a replantear su negocio y a partir de ese momento, cuenta, empezó a ganar fuerza la venta online a particulares de sus bizcochos y tartas caseras. Madre e hija han ampliado el equipo hasta llegar a treinta personas en la actualidad. Los envíos también han dado un salto y han traspasado el área geográfica de Valencia para llegar a todos los puntos de la España peninsular. A finales del año pasado abrieron su primera tienda física, ubicada en Valencia, y cerraron 2022 con un crecimiento de un 120% más que en 2021, según datos de la empresa.

El informe 2019-2020 elaborado por GEM (Global Entrepeneurship Monitor) en España desgranaba varias razones por las que las personas se decidían a emprender: “Crear riqueza o una renta muy alta”, “marcar una diferencia en el mundo”, “ganarse la vida porque el trabajo escasea” o “seguir una tradición familiar”. Sin embargo, existen tantas motivaciones como tipos de empresa y hay proyectos, como el de David Iglesias Resina y Melina Carranza Maciel, difíciles de encasillar. Ambos abandonaron sus trabajos en el ámbito de la abogacía y la arquitectura, respectivamente, para adentrarse en un mundo desconocido, el de la artesanía y el cuero. Decidieron aprender un empleo de cero y en 2012 surgió Oficio, una marca de diseños confeccionados en cuero y elaborados en un pequeño taller ubicado en el madrileño barrio de Salesas. “Empezamos una dinámica de vender a amigos, luego a amigos de amigos… y se corrió la voz”, explica Melina acerca del origen de la marca. Trabajan el cuero de forma manual para elaborar bolsos, mochilas, monederos… Aprender la técnica les llevó 12 meses, pero cuando pulsaron la tecla correcta, el engranaje comenzó a funcionar. La producción es muy limitada porque el equipo es reducido, y no tienen intención de crecer más, por lo que la motivación de hacerse ricos —una de las razones recogidas en el informe GEM a la hora de emprender— no va con ellos.

“Hacíamos y hacemos todo nosotros. Vamos a la curtiduría, escogemos las pieles, las traemos, hacemos el diseño del prototipo, la producción, la foto de producto, la web, Instagram, el ponerte en contacto con el cliente… Todo, el equipo somos los dos y hacemos todo”, puntualiza la cofundadora de Oficio. La ausencia de intermediarios les permite abaratar los costes y situar el precio de sus exclusivos —en el sentido de que al hacerse a mano, no hay dos iguales— bolsos de piel entre los 200 y 250 euros. El trabajo es duro, suelen producir una pieza al día, pero el esfuerzo merece la pena y Melina lo tiene claro: “Jamás volvería a tener un jefe”.

Fuente: El País