Más resiliencia y menos resistencia

Demasiado a menudo, rechazamos el cambio. Por miedo, por recelo, por comodidad o, en otras palabras, porque no queremos movernos, porque no queremos que se lleven nuestro queso.

Pero, tarde o temprano, llegará algún cambio tipo tsunami que no podremos esquivar, que nos arrastrará implacablemente o al que nos tendremos que doblegar con mayor o menor resistencia, ya sea como individuo o como organización. Pensemos, por ejemplo, en la coyuntura económica actual. ¿Tiene algún sentido, por tanto, la resistencia al cambio per se?

Vida y cambio forman un binomio inseparable. La vida en la Tierra ha sobrevivido hasta el presente a seis extinciones que se consideran masivas –la que conocemos de los dinosaurios resulta que sólo fue la última—, porque los ecosistemas, aunque no lo buscan, se adaptan a cualquier cambio del entorno, incluso extremo.

Si equiparamos un ecosistema a una organización, esta también trata de sobrevivir y de tener éxito. Las hay con planteamientos más agresivos o más altruistas pero en todo caso, para triunfar, siempre deben adaptarse a los nuevos tiempos y no sólo en términos de innovación tecnológica, sino también en el tipo de relación que establecen con sus empleados.

Quid pro quo: recíprocamente los empleados que quieran participar de esta organización deben abandonar viejas prácticas que impiden evolucionar los negocios al ritmo necesario, pero con la garantía de que ese cambio generará un nuevo espacio de crecimiento (y sí, a cambio de alguna pérdida).

Como individuos y como colectivo, entra en juego otra variable en la inadecuación que provoca el cambio y que añade una complejidad abrumadora: la voluntad. Es posible que, como seres con albedrío, nos opongamos a los cambios porque no queremos perder el statu quo, los privilegios como casta o los derechos adquiridos. Hay excepciones, por supuesto. En medio del comportamiento tipo, también podemos encontrar muchas singularidades y conductas anómalas, que es como podríamos etiquetar a los individuos y a las organizaciones extraordinarias que anteponen el bien común al propio.

En la gestión de personas en las organizaciones, debemos aprender esta lección. Seamos empleadores o empleados, debemos adaptarnos. Pero no hay que malinterpretar: adaptarse no significa ceder ni perder. El concepto de adaptación adquiere una dimensión mucho más amplia. Adaptarse significa dar márgenes de maniobra a las ideas y a las necesidades de las partes. Significa aceptar retornos no inmediatos pero sí en un marco temporal asumible y aprender a compartir las motivaciones de cada posición y debatirlas con la máxima objetividad. Supone compartir el beneficio, pero empezando por compartir el fracaso. Implica arriesgarse de forma conjunta y tolerar el fallo de haber intentado cambiar. Significa también dejar de estigmatizar sistemáticamente al que se ha equivocado, e incentivar las aportaciones sin olvidar la experiencia. Cada organización es un mundo en sí mismo y encierra multitud de oportunidades diferentes de adaptación.

Es evidente que en las escuelas de negocios deberían enseñar a cambiar. Día a día vemos muchos directivos que no saben hacerlo, pero eso también les ocurre a muchos empleados. De hecho, sería deseable que esta enseñanza estuviera presente en todos los ciclos educativos para generar una menor aversión al cambio y una mayor tolerancia al esfuerzo que representa. Es evidente que en algunos casos hablamos de capacidades innatas, pero también es cierto que la adaptación es educable.

Tanto las especies como los individuos y las organizaciones nos demuestran que, ante los cambios, sólo los que se adaptan sobreviven y, en algunos casos extraordinarios, triunfan. Extraordinarios por casualidad o causalidad, otro debate interesante. Pero sabemos a ciencia cierta que la resistencia total al cambio acaba en el mayor de los fracasos a corto, medio o largo plazo. Sólo sobreviven los que pueden, saben y quieren adaptarse. Aunque no sabemos si se corregirán, las cosas y relaciones que no funcionan deben cambiar o sencillamente fracasarán.

Fuente: Expansión (14/05/2014)