Logos que marcan

Sencillo, coherente y memorizable. Son tres de las características que ha de cumplir un logotipo para grabarse a fuego en el subconsciente. Cada marca simboliza la esencia e identidad de una empresa, actúa como el rostro de compañías cuyo cuerpo no alcanzamos a tocar. Pero el frío cálculo comercial de este objetivo encierra más de una vez cálidas historias. Dolorosos partos preceden normalmente a su nacimiento, aunque en ocasiones un segundo basta para alumbrar la genialidad. Genio y figura, los logotipos tienen el deber de inscribirse en nuestras mentes hasta la sepultura, por eso las musas llaman a la puerta de los diseñadores valiéndose de aventuras románticas, seres mitológicos o detalles insignificantes que al final lo significaron todo.

No es estrictamente su logotipo, pero la figura que se yergue desafiante sobre los vehículos e identifica a una de las compañías VIP dentro del sector automovilístico arranca a partir de una incombustible declaración de amor. El ‘Espíritu del Éxtasis’, así se llama, modela a una mujer que levanta su capa como si deseara volar, pero antes de querer alas pretendió silencio.

A principios del pasado siglo Rolls-Royce comenzó a preocuparse cuando varios de sus clientes añadieron ornamentos inapropiados sobre el radiador de sus coches. Lord Edward Douglas-Scott-Montagu fue uno de los notables propietarios que decidieron tunear su vehículo, en este caso como metáfora de una reivindicación. El encargo recayó en su amigo escultor Charles Sykes, quien utilizó como modelo a la amante del noble, Eleanor Velasco Thornton, dama de menor condición social con la que le impidieron casarse. Consciente de su secreto romance, el autor creó la estatuilla de una mujer llevándose el dedo índice a la boca, en clara alusión al amor silenciado durante más de una década y vivo a pesar del matrimonio convenido al que obligaron al caballero.

La pasión se mantuvo hasta la muerte de Eleonor en 1915, cuando un submarino alemán hundía el barco en el que la pareja viajaba camino de la India. Por eso, el día que Rolls-Royce eligió a Sykes para diseñar el adorno que se elevaría sobre sus capós, el artista modificó su primera obra enfrentándola esta vez a la velocidad y no al prejuicio.

Chupa Chups con arte

Solo a un talento como el de Salvador Dalí se le podía ocurrir en cuestión de segundos un anagrama que ha vestido durante décadas el envoltorio de uno de los inventos españoles más exportados al mundo, el caramelo con palo.

Cuentan que esta margarita germinó dibujada sobre una servilleta en el restaurante donde el pintor mantuvo una reunión con directivos de la golosa sociedad, que acudieron a él a finales de los sesenta buscando una imagen llamativa con el objeto de internacionalizar su producto.

Menos de una hora necesitó para terminarla, aunque, por lo que dicen, a los propietarios del negocio el boceto estrella les salió astronómicamente caro. Desde entonces la fama ha acompañado a estos dulces concebidos para que los niños no se mancharan las manos al sacarse las bolas de azúcar de la boca, como tenían costumbre para desespero de sus progenitores, a quienes tocaba después asearlos.

A Phil Knight, fundador de Nike, le sucedió lo contrario: alcanzar la agudeza le costaría realmente barato. Su perspicacia empresarial hizo que apostara por la capacidad de una estudiante de diseño llamada Carolyn Davidson, a la que pagó 35 dólares por ‘Swoosh’, representación alada de la diosa griega de la victoria que ha hecho planear a la firma sobre el Olimpo comercial.

Las alas más celebradas de los artículos deportivos encontraron inspiración en las que lucía en su espalda la deidad mitológica Niké, a quien los griegos acudían para aplastar al enemigo. Nike también masacró a la competencia gracias a esta alegoría. Como recompensa a la creadora, en 1983 engordaron la cuantía abonada originalmente con un anillo de oro y diamantes y un sobre repleto de acciones de la entidad, que decidió volverse loca transitoriamente y no pensar en el desembolso para hacer realidad uno de sus mejores eslóganes, ‘Just do it’ (Solo hazlo).

La gracia del michelín

Un montón de neumáticos apilados inspiró Bidenbum, el muñeco rollizo de Michelin al que no le avergüenza mostrar lorza. El gigante repleto de pliegues surgió a partir de una asociación de ideas de André Michelin cuando en 1897 revisaba junto a su hermano bocetos del publicista Marius Rossillon, entre cuyos esbozos apareció un enorme bávaro celebrando con su copa el verso de Horacio ‘Nunc est bibendum’ (Ahora bebamos).

Los recuerdos se entrelazaron. El orondo alemán se parecía a la montaña de ruedas con forma humana que había descubierto en la Exposición Universal de Lyon. El brindis, al eslogan ‘el neumático se traga los obstáculos’ que él mismo había pronunciado en una conferencia en el Colegio de Ingenieros de París. En 1898 el muñeco glotón se daría su primer banquete de clavos y vidrio brindando con las palabras del poeta romano dentro de un cartel de O’Gallop, seudónimo de Rossillon.

Poco después, el piloto Théry sería el culpable de que este dibujo adoptara el nombre del vocablo latino al exclamar ‘¡Mira, Bibendum!’ tras encontrase con André en la carrera París-Ámsterdam-París. La imagen de la empresa se asociaría desde entonces a la opulencia y prosperidad de la mano de este simpático y obeso personaje aficionado a la buena vida, que se ha dedicado al pluriempleo sirviendo, entre otras labores, como héroe en tebeos, juguete infantil o profesor de seguridad vial para generaciones de niños.

Apple, un buen bocado

Después de la de Adán, la manzana de Apple es la más famosa de cuantas han existido. Su imagen proviene de otra de estas frutas, la que sirvió a Newton para formular la ley de la gravedad. Por ese motivo el físico se convertiría en modelo del primer logo, trazado con tinta en 1976 por uno de sus fundadores, Ron Wayne.

La idea de ayudar a los usuarios a pensar diferente, a ir más allá, fue casi obsesiva desde sus comienzos, de ahí que en el símbolo inicial pudiera leerse la cita del poeta W. Wordsworth ‘Una mente siempre viajando a través de los extraños mares del conocimiento’. Pero a otro de los asociados, Steve Jobs, no pareció convencerle este diseño excesivamente intelectual y complejo de reproducir.

Seguro de que esa complejidad tenía bastante que ver con las malas ventas obtenidas, en 1977 contrató los servicios de Rob Janoff, a quien debemos la manzana del mordisco, que jugaba con el verbo inglés ‘to bite’ (morder), aludiendo a los bytes informáticos y a la adquisición de conocimiento que el primer hombre citado en la Biblia obtuvo tras hincar el diente en el fruto del árbol prohibido.

Las bandas de color que vendrían después -actualmente suprimidas- transformaron el logo en la composición perfecta según los ejecutivos de este grupo experto en tecnología, «anárquico al mostrar un arco iris en orden incorrecto, lujurioso e inspirador de saber», vellocino de oro para una entregada tribu pro-Mac repleta de artistas, intelectuales y rebeldes con o sin causa.


Fuente: Ideal (17/01/2011)