La tradicional y familiar empresa granadina Industrias Espadafor coloca en cincuenta países un millón y medio de botellas Champín

Industrias Espadafor suma mucho trabajo, productos y lleva ya cuatro generaciones en el mercado, que se dice pronto. Castillo de Salobreña es uno de sus productos insignes y Champín el que quizá le ha llevado la fama hasta Escúzar, donde cuentan con una planta de producción moderna e innovadora. La historia del Champín es la de las ganas de superarse y llevar el nombre de Granada y Andalucía por el mundo. Champín pan pún, comenzamos con la historia de esta maravillosa fábrica de sonrisas para niños.

«Hacer una botella de Champín es como hacer un Ferrari en el mundo del motor»

El Champín, como idea, se gestó a finales del siglo pasado. «Vimos el hueco para una bebida para los niños que fuera festiva», explica José Espadafor, director gerente de Industrias Espadafor. «Pero la idea era muy complicada. En aquella época, 1999, la única bebida que se asociaba con lo festivo era el champán y el cava. Y como lo que más les gusta a los niños son los payasos, creamos el payaso Champín como imagen de la nueva bebida».

Revolucionaron el mercado. El Champín era y es una bebida refrescante, festiva y sin alcohol. Está concebido para las celebraciones, no está destinado al día a día. «Para eso ya está el Castillo de Salobreña. Champín es para las fiestas de los niños». Lo explica con un buen ejemplo José Espadafor. «Los columpios también se ponen para las fiestas. Pero si tienes noria todos los días se pierde la alegría por ir a la feria».

 

La elaboración, al detalle

Con el Champín, también se metieron en un buen lío. «Vivía mi hermano Eulogio. Se preocupó de todos los detalles, porque la producción del Champín es muy compleja». La base principal del Champín es zumo de fresa más todos los ingredientes que llevan las bebidas refrescantes, que le dan su punto de dulzor.

El siguiente paso es añadir el carbónico, que es una técnica muy compleja. «Las bebidas refrescantes tienen su aquél, porque el carbónico se va. Necesitas unas temperaturas especiales. Llenar las botellas con vino es más sencillo».

Luego pasas por las líneas de envasado. Otra de las complejidades es la etiqueta, que es envolvente. «Ahora estás más acostumbrado, pero en el año 2000 no existía en España. «Investigamos si existía en Europa y las encontramos. Son fundas que cubren y se retroactilan por calor sobre el vidrio». Además, hay que tener en cuenta que los productos envasados en vidrio son los mejores, porque no da sabor».

Más difícil todavía, como en el circo, ahora viene el tapón de seta, que es el especial del champán. Son, otra vez, unas máquinas especiales. Luego el alambre, morrión es como se llama. Y otro paso más. Encima va la cápsula dorada de aluminio, con su tirador rápido para la apertura. Hay otra máquina que la pone y otra que la alisa. «Esto tiene un montaje que pa qué… Para llenar una botellita… Hacer un Champín es como hacer un Ferrari en el mundo del motor», comparte orgulloso José Espadafor. En efecto, el Champín necesita el doble de pasos y de maquinaria que una bebida normal como un Castillo de Salobreña.

Una gran producción

Industrias Espadafor es una empresa familiar de 45 empleados que empezó en 1939 con Francisco Espadafor. Hoy, son ya cuatro generaciones y ponen anualmente en el mercado once millones de botellas de sus bebidas sin alcohol, de las que un millón y medio son botellas de Champín. Es decir, un millón y medio de fiestas de cumpleaños de niños y niñas y millones de sonrisas en total.

Los productos se venden en España y están presentes en setenta países. El Champín se exporta a medio centenar de países de todo el mundo y, en Chile, por ejemplo y como anécdota, se ha cambiado el nombre y se le conoce como Burbujín. Otra vez, miles de burbujas y sonrisas.