¿Conect@dos o enganch@dos?

Hoy me he levantado dando un salto mortal… y no porque me haya despertado al ritmo de los Hombres G, sino al que debería haber marcado el tono musical de mi smartphone. La Blackberry no ha sonado. Confieso que soy de ese 58% de españoles que usa el móvil como despertador y que también formo parte del 8% que manda mensajes, habla, juega o navega antes de dormir. ¿Qué le pasa hoy a este chisme? No puedo avisar a nadie. Llego tarde a la reunión y la que se va a liar si perdemos ese contrato internacional.

Pruebo con el inalámbrico, pero esa antigualla no tiene señal. De todas formas, de poco me hubiera servido. Solo recuerdo el número de la centralita. Tengo todos mis contactos en el móvil y a estas horas no habrá llegado ni el tato.

A la carrera miro mi iPhone, mi teléfono personal. ¿Y a ti? ¿Qué te pasa? Mientras llego a la cocina he encendido el iPad, el portátil y el PC. Ninguno va. Confieso también que mi rutina diaria comienza, mientras desayuno, echando un vistazo a mi timeline de Twitter, posteando algo en mi muro de Facebook y mirando las noticias destacadas. La lucecita verde de la cafetera ni parpadea. What’s else? Adiós al primer café del día.

Dando volteretas he llegado al baño…, no sin mi móvil, porque también formo parte de ese tercio de españoles que se lo llevan hasta el excusado por si acaso. Me llevo literalmente el primer jarro de agua fría de la mañana. El sistema digital que selecciona la temperatura ideal del agua está off. Esto empieza a tener tintes de pesadilla y me sorprendo repasando mentalmente los datos de un informe que leí hace poco sobre el grado de dependencia al móvil realizado por CPP, empresa especializada en seguros y servicios de protección y asistencia.

Al intentar salir a la calle, la pantalla táctil del sistema de control centralizado de mi recién estrenada casa digital no responde. Limpio las huellas de mis dedos del exceso de hidratante, serum y base de maquillaje, por si acaso, pero el cerebro electrónico que gestiona y controla todos y cada uno de los elementos de la red domótica de mi hogar está frito. Esto ya debe de ser una avería mayor.

Estoy llorando en mi habitación… y no sé si cortarme las venas o saltar por la ventana. En las películas siempre hay una abierta que escapa a la programación global. Ya en la calle, y en un acto reflejo, compruebo que llevo mis móviles. Aunque ahora no funcionan, sé que no sería capaz de salir sin ellos. Los teléfonos inteligentes son tan potentes como un ordenador y tan fáciles de usar como una calculadora.

Recuerdo más datos con cierto temor. Entre el 53% y el 66% de españoles sufre nomofobias, miedo irracional a perder el móvil. Y recuerdo haber hablado de esta patología y otras dependencias con mi psicólogo José Antonio Molina del Peral, experto en adicciones. «A medida que nos hacemos más dependientes de estas herramientas, más riesgo tenemos de sufrir un síndrome de abstinencia».

Respiro hondo. El día se presenta largo. De camino a la parada de taxis compruebo que no funcionan los semáforos ni el cajero. En la esquina me alegra ver una cabina de teléfonos. Nunca había reparado en ella. Intento llamar, pero es de monedas, que no tengo, y no admite tarjetas. Esto tiene más pinta de ser un apagón general.

Ya no solo me afecta a mí y a mis gadgets. La empresa donde trabajo, como tantas otras, está enteramente montada sobre internet; imagino que no funcionará el transporte ni las Administraciones públicas y, lo que es peor, los servicios de emergencia. A estas alturas, al sistema financiero internacional no le haría falta ninguna crisis para colapsar. Y todo por la digitalización de sistemas y contenidos.

Ya en la oficina compruebo que tampoco funciona la tarjeta que franquea la entrada al edificio ni el ascensor.

Todo el mundo está de los nervios menos mi compañero de publicidad, Carlos García-Hoz, director creativo de la agencia 101. Hace un mes decidió hacer un experimento para ver cómo se vive sin redes sociales. ¿Qué se siente? «Primero, un vértigo espectacular porque tu audiencia desaparece. Después, una liberación porque aprendes a no estar pendiente y, finalmente, es una cura de humildad. Hasta tres semanas después ninguno de mis contactos había reparado en mi ausencia. Nadie me había echado de menos». Conclusión: «Hay que aprender a educar la atención que prestamos a la red; la tecnología facilita muchas cosas, pero también es invasiva». ¿Echas algo en falta? «Nada. De las cosas relevantes siempre te enteras».

Francisco Sancho, responsable de consumo, móviles y pequeños negocios de McAfee, entra en la conversación mientras los suyos chequean que no haya fallos en el sistema. «La falta de seguridad es una realidad y un problema global». España es el país con mayor número de ordenadores desprotegidos (21,37%). Robo de identidad, pérdida de datos, propagación de virus y programas maliciosos son algunos de los riesgos de navegar por internet sin protección. Y lo mismo ocurre con los dispositivos móviles, en los que el nivel de seguridad es más bajo y las amenazas, más elevadas.

En una catástrofe, «el tiempo de reacción es fundamental», explica Jesús de la Fuente, que se ha unido a la charla y es responsable de business continuity de IBM, «un servicio que permite poner en marcha, en un plazo de tiempo muy corto, soluciones que ya están activadas en planes de contingencia y que mitigan los riesgos». La tipología de los riesgos es «tremendamente grande: datos, catástrofes naturales, que los sistemas estén sobredimensionados o sucesos no deseables como huelgas o terrorismo».

La digitalización del mundo no tiene marcha atrás. La tecnología nos permite vivir mejor y nos hace la vida más fácil, pero «como en todo, un uso inadecuado puede ser perjudicial», concluye Salvador Pérez Crespo, gerente de divulgación tecnológica de Telefónica I+D. «Las tecnologías permiten crear productos y servicios que satisfacen las necesidades de las personas».

En conclusión, se puede sobrevivir al apagón parcial de algunas tecnologías, pero no nos gustaría tener que vivir en la oscuridad total.

Fuente: Cinco Dias (25/07/2012)