Una pareja de jóvenes americanos emprenden sólo con una cámara de fotos

Un ejemplo de que emprender puede ser la suma de una idea y la oportunidad de negocio. Craig Finlay y su novia Misy vivían en la pequeña localidad de Bloomington en el estado de Indiana. Los ingresos de la pareja eran escasos, pero Finlay tenía un hobby que no dudaba en cultivar siempre que tenía ocasión: la fotografía. El éxito de su iniciativa lo resumen con una frase «nos forramos en menos de un año»

Una tarde de domingo, Finlay limpiaba su cámara de fotos mientras era observado por su novia. “¿Cuánto te ha costado la cámara de fotos?”, preguntó. Finlay hizo un cálculo rápido cifrando el valor del equipo en 5.000 dólares. “¿Y si intentamos amortizarlo?”, preguntó ella. La idea no sonó mal, y de hecho, fue el inicio de un proyecto que, apoyado en las redes sociales, se ha convertido ahora en su única fuente de ingresos. Y lo que es más importante aún, en la semilla de un negocio boyante que no para de crecer.

Facebook y el boca a oreja

La mecha había sido prendida. La pareja no perdió tiempo. ¿Cómo puede rentabilizarse la cámara? La primera idea que se les vino a la cabeza resultó ganadora: realizar reportajes de boda. La dilatada experiencia como fotógrafo aficionado de nuestro protagonista garantizaba un producto de calidad, pero faltaba la difusión. ¿Cómo darse a conocer? Los inicios fueron duros en este sentido. La primera boda que cubrieron fue a un pariente y no cobraron nada. Luego llegó una segunda por la que tímidamente facturaron 200 dólares. Pero fue la tercera la que realmente les dio la clave del éxito: fueron contratados por una novia, cuya madre regentaba una peluquería. El reportaje fue un éxito y la semana siguiente comenzaron a recibir más encargos: el boca a oreja había dado comienzo entre los clientes de la peluquería.

Pero el gran salto que les catapultó al éxito como negocio llegó de la mano de Facebook. Casi de casualidad y de forma accidental, crearon un perfil en la célebre red social. La idea, lejos de darse a conocer, era contar con un soporte en el que poder publicar las fotos de las bodas y compartirlas entre los asistentes. Sin darse cuenta, había pulsado el “botón rojo” que activa el elemento social: los asistentes comenzaron a etiquetarse en las fotos y a publicarlas en sus muros. El asunto ya no tenía ni freno ni vuelta a atrás. Lo de la peluquería se quedó en un juego de niños y Soda Fountain Photography (así bautizaron su proyecto) comenzó a recibir encargos en cadena. “En menos de un año el monto de la facturación ya alcanzaba los 6 dígitos”, reconoce Finlay entre satisfecho y sorprendido.

El éxito de la experiencia hizo que la pareja perfeccionara su sistemática en la red social. “Si la boda era en sábado, el lunes a más tardar, las fotos estaban publicadas en el muro”, afirma Finlay. Este emprendedor identificó pronto la clave del éxito: las fotos iban con una discreta marca de agua que hacía fácil la localización del fotógrafo. “Los invitados disfrutaban viendo las fotos y las compartían, sin darse cuenta que se trataba de publicidad”, reconoce Finlay. El efecto Facebook ha sido definitivo y para que se hagan una idea, la pareja tiene ya cerrado todo el año que viene con reportajes ya contratados. Este éxito ha logrado que los 200 dólares de la primera boda sean ya un mal sueño: ahora no bajan de 3.700 dólares por reportaje. Y esto no ha hecho más que empezar: la cifra de usuarios que pulsan el botón mágico de “me gusta” en su perfil de Facebook sigue aumentando por momentos. Todo sin gastar un sólo euro en comunicación.

Fuente: Expansión/Tecnoligia y Emprendedores (15/11/2011)