La lección de Steve Jobs para el sector de la energía solar

El nacimiento del ratón es un famoso caso con moraleja en Silicon Valley. Xerox desarrolló una primera versión del puntero para ordenadores, pero fueron Steve Jobs y Apple los que terminaron dándole su importancia actual. La advertencia –los creadores no siempre terminan dominando un campo concreto– puede aplicarse a otra tecnología de plena actualidad: la energía solar.

En junio de 2008, daba la sensación de que los fabricantes de paneles solares iban a conquistar el mundo. Los 12 mayores tenían una capitalización de mercado combinada de unos 70.000 millones de dólares (53.430 millones de euros), según Sanford C. Bernstein. En la actualidad, valen alrededor de 6.400 millones.

Uno de ellos, la alemana Q-Cells, se declaró en quiebra la semana pasada. Ese mismo día, First Solar, que llegó a valer solo más de 20.000 millones de dólares en 2008, vio como sus acciones se desplomaban casi un 8%. La compañía tiene en la actualidad un valor inferior a 2.000 millones de dólares.

First Solar ha sufrido varios reveses recientemente, en particular el aumento de las provisiones para cubrir las garantías ante la posibilidad de que sus módulos solares sufran “más fallos en condiciones climáticas calurosas” (pensemos un segundo en lo que esto supone).

El mayor problema para First Solar y sus rivales es un cambio estructural en la industria. En 2008, los gobiernos, especialmente en Europa, ofrecieron generosas subvenciones para fomentar la energía solar; daba la sensación de que EEUU no tardaría en fijar un límite a las emisiones de CO2; y la financiación fluía sin problemas. Los fabricantes de equipos se expandían con rapidez y reducían los costes, haciendo que mejorase la competitividad de la energía solar frente a otras fuentes como el carbón y el gas natural.

Debido a la crisis financiera, las ayudas públicas y la financiación privada son mucho más bajas. En EEUU, el gas de esquisto ha eclipsado las ventajas económicas de la electricidad. Citigroup calcula que incluso con un coste de instalación de 1,50 dólares el vatio para nuevos proyectos, aún en las regiones más soleadas, la energía solar no puede competir con la eficiencia de las plantas de gas natural ni con un coste de 5 dólares por cada millón de unidades térmicas británicas. En la actualidad, el gas cuesta menos de la mitad de eso, y hasta los proyectos solares públicos tienen un coste muy por encima de 2 dólares el vatio.

Sin embargo, la industria de la energía solar ha conseguido rebajar el coste de los equipos. El problema reside en su forma de hacerlo. Las jugosas subvenciones atrajeron a rivales, especialmente de China. Esto implica que la industria probablemente dispondrá a finales de año de capacidad para construir 40 gigavatios de módulos solares, según Citigroup –que también calcula que la demanda este año será de sólo 24GW–. El banco no prevé que la demanda llegue a 40GW esta década.

Este exceso de oferta está reduciendo el precio de los paneles solares. Bernstein sitúa la tasa de descenso anual compuesta en el 32% entre 2007 y 2011, y señala la inquietante similitud con el precio de la memoria de los ordenadores, que también ha caído a un ritmo anual compuesto del 33,4% desde 1974.

Estas caídas son buenas para aquellos interesados en la tecnología, ya que amplían la oferta. Pero la comercialización resultante, que lleva a que la competición se centre cada vez más en el precio, es mala para las firmas implicadas ya que las ganancias económicas van a parar a otros. La caída de los márgenes de beneficios y del precio de las acciones son el desafortunado resultado –y también las quiebras–.

Se puede hacer otra analogía con el sector estadounidense de prospecciones y producción, que logró desarrollar numerosas reservas de gas natural. Pero el exceso de oferta ha reducido los beneficios económicos del negocio. Las ventajas son, en cambio, para aquellos que transportan y usan el carburante. Cada vez son más las compañías de la talla de Exxon Mobil que entran en el sector. Estas grandes empresas están dispuestas a absorber las pérdidas a corto plazo derivadas de los bajos precios en anticipación de la futura edad dorada del gas.

Los argumentos a favor de la energía solar son que cuando los precios caigan lo suficiente para competir sin ayuda de los subsidios del gobierno, el consiguiente incremento de la demanda beneficiará a la industria.

De hecho, así será. Sin embargo, los ganadores no serán necesariamente los pioneros que conocemos hoy en día. Más bien serán compañías con el suficiente peso en el sector como para competir en precios y absorber las inevitables pérdidas cíclicas que afectan a casi todas las industrias manufactureras que tienden a sufrir los efectos de un exceso de oferta.

Un grupo más reducido de grandes empresas como General Electric, por ejemplo, parecen tener más posibilidades de convertirse en los vencedores a largo plazo, a medida que la energía solar acabe encontrando su sitio.

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Fuente: Expansión (10/04/2012)