Ibrahim llegó en patera y ahora es empresario en Armilla Regenta una frutería que le ha permitido regresar este verano a Mali para ver a su familia después de casi una década, esta vez en avión.

La tienda de Ibrahim Wattara es más que una frutería; ofrece esos productos de urgencia que se acaban en el momento más inoportuno o se olvidan al hacer la compra en el súper. Es un pequeño establecimiento que se encuentra en la calle Granada de Armilla y donde realmente no falta de nada, ni siquiera una buena historia: la de su dueño.

Nacido en Mali, Ibrahim, al que los vecinos del barrio expresan a diario su cariño -y no solo comprando-, se subió hace nueve años a una patera. Era menor de edad y se jugó la vida en busca de una mejor, como desgraciadamente sigue ocurriendo. Su embarcación fue interceptada a cuatro millas al sur de Castell de Ferro el 6 de abril de 2009. Había partido de un pueblo de Marruecos. Iba con otros 36 subsaharianos.

«Vine en patera con 16 años. Tengo muchos recuerdos, de momentos muy complicados y difíciles, y de otros de aprendizaje importante sobre la vida», explica Wattara con un español bastante bueno en el que no puede evitar que asome su acento africano. También se le ha pegado el ‘granaíno’: sus eses son casi imperceptibles en muchas palabras. «Era un niño cuando entré y hubo momentos en los que lo pasé muy mal», añade.

Subió a aquella patera para «intentar cambiar» su destino. Atrás dejó a una familia extensísima, pues su padre, un agricultor ya fallecido, tenía tres mujeres. Admite que hay hermanos a los que ni conoce. «Mi madre era la última mujer y somos los más jóvenes de la familia», aclara.

No fue fácil, pero consiguió labrarse un futuro en este país con la ayuda de las instituciones y el apoyo de particulares, como sus «hermanos de leche», unos comerciantes de etnia gitana con los que se inició en el mundo de las frutas y verduras «en los mercadillos» y a los que ha dedicado el nombre de su negocio. Antes pasó, por ejemplo, por la Ciudad de los Niños, donde estuvo dos años.

Clientes tampoco faltan en la tienda de Wattara, que abrió al público en 2013, el goteo de compradores es incesante. «¡Hola vecino!, hoy sí tengo fresas; no se me ha olvidado traerlas». «¡Hola vecina, ¿ha empezado ya la niña la guardería? Me acuerdo cuando venía embarazada». Ibrahim, de 25 años, se desenvuelve con desparpajo, gracia y cercanía en el trato con sus fieles compradores mientras un programa musical de radio suena de fondo.

«Es muy buen chico y aquí en el barrio le queremos mucho», recalca una señora tras escoger una coliflor y percatarse de la grabadora que portaba esta informadora en las manos. Ni a ella ni a nadie le extrañó la presencia de un medio de comunicación en la socorrida tienda. Conocen la historia de su frutero. Lo han entrevistado más veces.

Por fin, este verano, casi una década después de llegar al puerto de Motril, Watara ha podido comprar un billete de avión de ida y vuelta a su país para ver a su familia. Por los aires tardó cinco horas en regresar a sus orígenes, frente a las 18 que permaneció en aquella patera imaginando un futuro que se ha hecho realidad. A la vida, le pide salud y bienestar. Trabajo ya tiene gracias a su constancia y valentía.

Fuente: Ideal