¿Por qué este año te va a salir más caro beber vino?

Dentro de un tiempo, cuando el vino de las uvas recolectadas este año haya madurado en sus barricas hasta ganarse el noble nombre de crianza o el aún más noble de reserva, alguien llenará una copa y dará un trago. Sus papilas gustativas y su olfato se esforzarán por discernir unos matices de otros y es probable que lo consigan, pero lo que quizá no capten es que ese vino es el fruto de la cosecha de uvas más escasa de los últimos 56 años.

Los datos que ha ofrecido la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV) son descorazonadores. Según sus cifras, la producción mundial de vino de 2017, estimada en 246,7 millones de hectolitros, ha caído un 8,2% con respecto al año anterior, hasta niveles «históricamente bajos». El descenso ha afectado sobre todo a los tres países que lideran el sector vitivinícola mundial. Italia ha registrado un descenso del 23% y Francia del 19%, mientras que en España se calcula que la producción será de 33,5 millones de hectolitros, un 15% menos que en 2016.

En nuestro país el retroceso ha sido general, aunque en unas zonas más que en otras. La caída ha sido especialmente grave en Ribera del Duero, donde se han perdido las dos terceras partes de la producción, o en denominaciones como Bierzo, Rueda o Rioja. En esta última, la cosecha ha sido este año de 349 millones de kilos de uva, 93,4 millones menos que en 2016.

La OIV achaca el descenso generalizado de la producción a «las condiciones climáticas irregulares», con «fenómenos meteorológicos extremos», que han afectado a los principales países productores, especialmente en Europa. Para José Ugarrio, responsable técnico del sector del vino en la Asociación Agraria de Jóvenes Agricultores (Asaja), este año han confluido una serie de factores que han provocado en España «una tormenta perfecta» que se resume en tres palabras: hielo, sequía y granizo.

En la memoria reciente de los viticultores ha quedado impresa la fecha del 28 de abril. La madrugada de ese día, una intensa helada se abatió sobre los viñedos en plena época de brotación, cuando comienzan a nacer las primeras yemas en las vides. Es un momento sumamente delicado en el que las plantas son especialmente sensibles a temperaturas tan bajas como las que se registraron entonces. En Castilla y León se llegó a 9 grados bajo cero y en algunas zonas de La Rioja las temperaturas cayeron hasta los -3,4 grados. En Galicia se sucedieron varias noches consecutivas de heladas, que arrasaron grandes extensiones de viñedos.

Al frío inusual para esa época del año se le unieron en julio y agosto las tormentas de pedrisco, que dañaron las viñas de amplias zonas de Valencia, Galicia, Albacete, Cuenca o Segovia. Estas granizadas fueron la puntilla para unos cultivos que sufren desde hace tres años la tercera pata de la tormenta perfecta: la sequía. Las heladas fueron también severas en Francia, Italia y Alemania, pero en España el frío extremo se alió con una ausencia prolongada de lluvia, que ha causado en las vides un debilitamiento cuyas consecuencias pueden afectar a las cosechas de los próximos años.

Todas las pistas parecen señalar al cambio climático como único culpable de la caída de la producción, pero esta opinión no es unánime. Por de pronto, José Ugarrio no lo ve claro. «Es una mezcla de todo, no se puede achacar el descenso a un solo motivo», asegura el técnico de Asaja, que recuerda que «también se habla de ciclos de sequía».

Fernando Martínez de Toda, catedrático de Viticultura de la Universidad de La Rioja, es más contundente. En su opinión, «el incremento de la temperatura media causado por el cambio climático provoca una maduración temprana de la uva, lo que no afecta a la producción». Martínez de Toda sostiene que la mala vendimia de este año es «un caso puntual que se debe a las malas condiciones climatológicas», pero que no tiene por qué repetirse en el futuro. «No es grave ni tiene que ver con el cambio climático. Otros años la producción en unas zonas compensa la caída de otras, pero esta vez ha coincidido que el descenso se ha dado en los tres principales países productores. Ha sido algo coyuntural», mantiene.

«Heladas las ha habido siempre, yo no lo atribuiría al cambio climático», coincide Ana Aizpurua, investigadora del Instituto Vasco de Investigación y Desarrollo Agrario Neiker-Tecnalia. «La producción puede bajar por muchos motivos. Todos los efectos del cambio climático no los puedes resumir en un solo año, lo que hay que ver es la tendencia», asegura. Junto con su colega Olatz Unamunzaga, Aizpurua ha codirigido un estudio en el que su autor, el ingeniero agrónomo Urtzi Leibar, se ha asomado al futuro y ha analizado cómo serán los vinos de la variedad tempranillo dentro de 53 años.

Entre 2070 y 2100, las condiciones climáticas no serán las mismas que ahora. El aumento de la temperatura, junto con el incremento de los niveles de dióxido de carbono en el aire y el descenso de la humedad relativa, hará que se adelante todo el ciclo vegetativo de la vid. El resultado será un vino de poca acidez, menos color y una menor calidad.

José Luis Benítez, director general de la Federación Española del Vino, no cree que haya que esperar tanto para comprobar los efectos del clima. Pese a que insiste en que no quiere generar «miedo ni alarmismo», de sus palabras se desprende lo contrario. «Todo esto viene motivado por el cambio climático, que ha llegado para quedarse y cada año hace cosas cada vez más raras», señala.

«Es preocupante», recalca el responsable de la patronal del vino, que advierte de que «si continúa la sequía podemos tener problemas el año que viene» y asegura que «las bodegas españolas tienen que concienciarse de la importancia de lo que está ocurriendo». Y lo que ocurre, según José Luis Benítez, es que en España «la escasez de lluvias va a ser cada vez mayor». «Nos jugamos muchísimo, vamos a tener que trabajar para mitigar los efectos del cambio climático en los viñedos si queremos tener vino dentro de cincuenta años», augura.

Emma Castro, responsable del sector vitivinícola en la organización Cooperativas Agroalimentarias, también está convencida de que el clima «no es un problema puntual». «El cambio climático -constata- está afectando a la producción, y especialmente en España». «Es grave», insiste, aunque, como contrapartida, «la calidad del vino va a ser muy buena porque la uva está muy sana, apenas ha tenido enfermedades».

En términos de oferta y demanda, poca cantidad y mucha calidad es siempre sinónimo de precios elevados, que es lo que va a ocurrir con la cosecha de 2017, aunque no con todos los vinos. «Al menos en la denominación Rioja, los del año desaparecerán porque la uva se va a destinar a crianzas y reservas, que son los que tienen un mayor valor añadido y en los que repercute menos el precio de la uva», avanza Martínez de Toda.

Siempre es un consuelo para los amantes del vino, como también lo es saber que, pese a la caída de la cosecha, no hay riesgo de desabastecimiento en las tabernas que pueblan nuestras calles. «No hay ningún problema, el consumo de vino y su producción están equilibrados en todo el mundo», tranquiliza Emma Castro.

Fuente: Ideal