De temores y resistencias al cambio Esta extraordinaria película muda en blanco y negro nos hace enfrentarnos, entre otras muchas situaciones determinantes, con las dificultades de adaptación y aceptación al cambio.

Lo que ha hecho el director, Michel Hazanavicius, es sencillamente prodigioso, además de paradójico: ambas cosas –prodigio y paradoja– encierran ya de entrada una clara enseñanza organizacional. En pleno entorno de un cine dominado por los artificios técnicos que degenera a pasos agigantados, se nos ofrece en un acto de creatividad y verdadera innovación; un producto de elevadísima calidad con la sencillez del cine mudo y la nitidez del blanco y negro. Como si solo un back to basics –calidad de producto, esmero en el desempeño, claridad organizacional– nos ayudara más allá de las nuevas tecnologías a encontrar el sentido perdido de nuestros servicios y organizaciones, por un lado, y de nuestras tareas y roles dentro de ellas.

Pero además de esta primera lección, la película nos regala una magnífica exposición de los problemas que supone la aceptación e implantación de un cambio drástico de asimilación de la tecnología, tal y como está sucediendo hoy en la realidad empresarial. La actualidad de la película –he ahí la segunda paradoja– no puede ser así mayor.

La historia es bien sencilla: Hollywood, 1927. George Valentin (extraordinario Jean Dujardin) es una estrella del cine mudo al que todo le sonríe. Cada estreno de una de sus películas supone un gran éxito. Pero la llegada del cine sonoro –en el que se niega a trabajar– marca el final de su carrera. Y sin embargo, Peppy Miller (genial Bérénice Bejo), una extra del cine mudo que ahora triunfa como diva en el sonoro, está empeñada en que la competencia –y la vida– de Valentin no se echen a perder. Como se ve, el clásico melodrama del cine clásico.

Tenemos pues que Valentin se niega a adaptarse a la nueva tecnología, la incorporación de la voz humana al cine, que resulta ciertamente revolucionaria. Y no le falta razón, y ese el quid de la película. Con el sonido, el actor pierde gran parte de su expresividad gestual y postural, esto es, su dominio de lo no verbal y por tanto su genuino valor añadido como intérprete de cine y no, por ejemplo, de teatro. El cine no es teatro filmado.Los registros no verbales –esa mirada, tal ademán, aquella postura– suponen tan suficiente carga comunicativa que somos capaces de seguir nuestra película muda sin ningún esfuerzo y con plena comprensión: he ahí la demostración empírica de la relevancia del lenguaje no verbal. Y Valentin se enroca en su negativa, como si las transformaciones de su entorno profesional no fueran con él. Su umbral de resiliencia –esto es, la flexibilidad para adaptarse ante un cambio irreversible– es, en su caso, nulo. Ahora bien, que el galán del cine mudo tenga sus razones no quita para que la voz humana y el sonido ambiente se incorporen definitivamente al cine. Hay una razón muy poderosa: los espectadores (clientes al fin y al cabo) ya lo reclaman en todas las películas, dejando de lado el ya caduco cine mudo. La tozudez de nuestro protagonista empieza a tornarse en autodestructiva: fuera de la nueva tecnología no hay salvación profesional, por más que él se resista a abandonar su zona de confort, en este caso el cine gestual que domina y en el que ancla sus competencias y certidumbres.

Y de forma ciertamente magistral, la película a partir de aquí va a mostrarnos las sucesivas fases de resistencia y aceptación del cambio que tan bien se conocen desde las primeras formalizaciones de Elisabeth Kübler-Ross a raíz del fenómeno del duelo, y que más tarde Daryl Conner aplicó a la gestión de los cambios profesionales y organizacionales. A nuestros efectos, las podemos sintetizar en cuatro grandes hitos continuos: negación, depresión, negociación y aceptación.

Fase de negación: La estupefacción inicial que supone la irrupción de la mutación percibida como amenazadora (en este caso el cine sonoro) hace que al sujeto le suceda un acto de negación de pérdida, durante un tiempo más o menos breve. En el caso de George Valentin la negación es larga y frontal: no puede integrar los nuevos modos en sus antiguos marcos de referencia y asumir así una pérdida de su statu quo privilegiado. Por eso desarrolla un comportamiento de «sobrecompensación» que resultará altamente destructivo: no solo se niega a rodar en sonoro, sino que se aventura a producir, dirigir e interpretar la última película muda, que nadie verá. Su fracaso arruinará a nuestro negador de las actualizaciones técnicas.

Fase de negociación: Superada la negación, la persona sometida a un escenario de cambio dramático, como es el caso, acude a una negociación con esa realidad distinta del anterior statu quo: ya no puede evitar evadirse del nuevo estado de cosas y esta fase señala el comienzo de la aceptación del cambio volviendo las estructuras cognitivas a orientarse a lo real. El caso de Peppy Miller, que como actriz ha transitado del cine mudo al sonoro de forma exitosa, confronta a nuestro galán con la realidad ineludible de los nuevos tiempos cinematográficos y profesionales. Las murallas defensivas de George Valentin comienzan a derrumbarse.

Fase de depresión: Ese «golpe de realidad» que supone hacerse cargo de lo ineludible, en este caso de la nueva tecnología sonora, supone en el proceso de transición del cambio una bajada de la autoestima, al perderse el viejo yo y las certidumbres anteriores. Ahora la incertidumbre y la vulnerabilidad dominan el espacio vital del sujeto. En el caso de George Valentin, la fase de depresión se vive de manera remarcada: ruina, alcohol y sentimientos autodestructivos, como una forma de percibir que no hay salida.

Fase de aceptación: El proceso de acompañamiento y soporte que Valentin encuentra en Peppy Miller –que nos muestra la necesidad que todos tenemos de ser confirmados por el otro y más en épocas de cambio– hará que de una forma francamente original Valentin acepte la realidad y se instale fecunda y creativamente en ella. No podemos revelar aquí cómo se llevará esto a cabo.

Sólo queda advertir al espectador que medite sobre el simbolismo de la escena final en la que la tecnología y el profesional se hermanan armoniosamente. No somos sólo nosotros quienes debemos asimilar las tecnologías en nuestras organizaciones, sino que ellas –en su diseño e implantación– deben también absorber lo que de humano hay en los usuarios internos.

Todo esto y mucho más nos narra esta inteligentísima película, que en su mudez tan elocuente nos recuerda aquella máxima de Juan Ramón Jiménez, bien necesaria en estos tiempos estridentes: «Hablemos sólo para mejorar el silencio».

Fuente: Expansión (04/01/2012)